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Borges infinito: Por Luis Villegas Montes

Fecha/hora de publicación: 22 de marzo de 2019 13:32:07

A Jorge Luis Borges lo leí por primera vez ¿qué hará?, ¿cosa de 30 años más o menos?, y decidí que no me gustaba. Venía yo de una serie de desencuentros con la literatura latinoamericana y los lugares comunes que la pueblan; los cuales, sintetizo, en que son pocos quienes logran salir del terruño para adentrarse en la inmensidad del mundo. ¿Qué estaría yo pensando? Misterio. Mi ofuscación me llevó al extremo absurdo de situarlo en el mismo rasero de todos los demás.

Pues bien, con Borges me pasó lo que con Rubén Darío —quien tampoco me gustaba años ha—: me mató. Me encantó su prosa, me conmovió su estilo, me maravilló su cultura y me sacudieron su lucidez y profundidad.

Andaba yo por ahí de patita de perro y hallé una edición singular de su obra y ahí nomás la compré y me puse a leer, y a lamentarme, de mi incultura e ignorancia. Borges es genial.

Lo es en más de un sentido. La memoria prodigiosa, por ejemplo; o la cultura enciclopédica, cuando no había artilugios como el internet, que azora por su vastedad. Aunque existen en él temas recurrentes, los gauchos, los judíos, la Argentina, entre otros, Borges es universal; o, mejor dicho, utiliza como excusa para una reflexión de ese tipo (cósmica), cualquier elemento que le brinda la ocasión y va de Pascal a Coleridge —o de las pampas a Berkeley—sin sobresaltos ni asomos de fatiga.

No he terminado de leer el volumen, es solo que no quise esperarme a hacerlo para invitarlo a Usted, lector, lectora, a emprender esta lectura de provecho, no sin antes hacerle unas cuantas recomendaciones: la primera, es que vaya con tiento con su poesía, puede ser que le ocurra lo que a mí, no me gustó tanto; la segunda, respecto de los ensayos, deléitese con su lectura hasta donde el cuerpo aguante pues, por sesudos e ingeniosos, pudieran resultarle un poco fastidiosos (a mí no me lo parecieron, que conste); y tercera, si debe elegir, quédese con los relatos cortos.

La última afirmación me lleva de la mano a la siguiente. En general, Borges tiene el mérito de la escritura breve: "La opción de la brevedad es un rasgo esencial de la escritura borgesiana"; escribe Graciela Tomassini y es verdad. Pues bien, le reitero, puesto a elegir, opte por Ficciones, Artificios y, sí (¡ay!), El Aleph.

No he terminado de leer la recopilación, repito, y el tomito ya parece chicharrón. El viernes, Perla, una querida amiga, miró con asombro las páginas dobladas donde subrayo los párrafos o las ideas más seductores a mi juicio; pienso en estas dos: "Dijo Tennyson que si pudiéramos comprender una sola flor sabríamos quiénes somos y qué es el mundo. Tal vez quiso decir que no hay hecho, por humilde que sea, que no implique la historia universal y su infinita concatenación de efectos y causas"; una página después agrega: "según la doctrina idealista, los verbos vivir y soñar son rigurosamente sinónimos".

Por eso también digo que Borges, más allá del poeta, del ensayista, del literato, es un filósofo; un pensador enorme en quienes resuenan ecos de algunas de las mentes más privilegiadas del planeta.

Por cierto, recordando la imbecilidad de AMLO y sus consultas patito, sería bueno que tomara en cuenta —o le leyeran o le explicaran—, lo que dijo el bardo ilustre de la democracia: "es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística". Afirmación que me lleva, ¡cómo no!, a recordar una anécdota del escritor: debatían Borges y un joven sobre literatura y otros temas, cuando este le dice: "Y bueno, en política no vamos a estar de acuerdo, maestro, porque yo soy peronista"; a lo que el primero respondió: "¿Cómo qué no? Yo también soy ciego".

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